Cuando el cuerpo habla: identidad y trastornos de la conducta alimentaria
Hablar de trastornos alimentarios es hablar de cuerpos, pero también —y sobre todo, quizás— de identidades.
Detrás de la obsesión por la comida, el peso o la disciplina, muchas veces hay una búsqueda: la necesidad de sentirse alguien, de tener un yo sólido, de poder vivir sin miedo.
No es raro escuchar en la clínica frases como: “sin mi trastorno no sé quién soy” o “mi cuerpo es lo único que controlo”.
Estas expresiones revelan algo más allá de una conducta alimentaria: hablan de una lucha por existir.
El síntoma como refugio
Desde una mirada psicodinámica, los síntomas no son meras conductas problemáticas.
Son formas de sostener una vida psíquica que, de otro modo, sería intolerable.
El control de la comida, el ayuno o los atracones funcionan como modos de ordenar emociones que resultan abrumadoras: la rabia, la vergüenza, el miedo, el vacío.
En vez de ver al síntoma como un enemigo, esta perspectiva lo interpreta como un intento fallido —pero profundamente humano— de encontrar equilibrio.
El cuerpo se convierte en el escenario donde se representa aquello que no puede decirse con palabras: el hambre que no es de comida, la culpa, la necesidad de ser visto.
Más allá de los diagnósticos
Las categorías diagnósticas como anorexia, bulimia o trastorno por atracón describen conductas, pero no necesariamente explican qué las sostiene.
Puede haber estructuras psíquicas muy distintas en dos personas con el mismo diagnóstico: una puede ser rígida y perfeccionista, otra impulsiva y desinhibida.
Para comprender esas diferencias, el psicoanalista Otto Kernberg propuso ir más allá del síntoma y observar la organización de la personalidad.
Él distingue tres niveles estructurales que caracterizan una forma de integración de la identidad, los mecanismos de defensa empleados y el tipo de vínculo con la realidad:
- Nivel neurótico: la identidad está integrada y las defensas son más maduras. El individuo puede reflexionar sobre su malestar y establecer una relación de alianza.
- Nivel límite (borderline): la identidad es vaga y las defensas son más primitivas (escisión, idealización, proyección). Los vínculos son intensos, inestables y ambivalentes.
- Nivel psicótico: hay severos fallos en el juicio de realidad y en la integridad del yo. El cuerpo puede convertirse en la única fuente de sostén psíquico.
Este modo de pensar los trastornos alimentarios permite justificar intervenciones que se ajusten a la estructura de personalidad, en lugar de aplicar el mismo enfoque a todos los casos.
La identidad, núcleo del sufrimiento
En la mayoría de los pacientes con TCA, el sentido de identidad es débil, cambiante o excesivamente dependiente de la mirada del otro.
El valor personal se mide en kilos, tallas o aprobación externa.
Cuando no se siente una continuidad interna, el cuerpo se vuelve el único territorio que puede controlarse: controlo mi cuerpo, entonces existo.
El problema es que ese control se vuelve una cárcel.
Lo que al principio genera seguridad, pronto se transforma en aislamiento y culpa.
El objetivo del tratamiento no es simplemente modificar la conducta alimentaria, sino ayudar al paciente a construir un sentido más estable de sí mismo, una identidad que no dependa de la comida ni de la perfección corporal.
La transferencia: un espacio para reparar
En la Terapia Focalizada en la Transferencia (TFP), basada en las ideas de Kernberg, la relación entre paciente y terapeuta se vuelve el principal escenario de trabajo.
Allí se reactivan formas antiguas de amar, temer, idealizar o rechazar.
Pero, a diferencia del pasado, esta vez el terapeuta puede sostener lo que sucede sin rechazar, juzgar ni abandonar.
Cuando el paciente se atreve a mostrar su debilidad y el terapeuta logra sostenerla, se produce algo transformador: el mundo interno empieza a sentirse más habitable.
Poco a poco, la línea entre el “yo bueno” y el “yo malo”, entre el control y el desborde, comienza a desdibujarse.
Y el cuerpo deja de ser el campo de batalla donde se pelean silenciosamente esos conflictos invisibles.
Del control a la comprensión
Sanar de un trastorno alimentario no significa simplemente comer bien o dejar de contar calorías.
Significa recuperar la capacidad de sentir y pensar al mismo tiempo, sin necesidad de destruirse ni controlarlo todo.
Es aprender a sostener el hambre —la del cuerpo, sí, pero también la del alma.
El proceso de curación es lento, lleno de idas y vueltas.
Pero en ese camino, algo cambia: el cuerpo deja de ser un enemigo, y se convierte en un hogar donde habitar.
En resumen
Los trastornos alimentarios no son solo una lucha con la comida; son una manifestación de una lucha más profunda en la estructura del yo.
Mirarlos desde la construcción de la personalidad —como propuso Kernberg— permite acompañar con mayor precisión y humanidad, entendiendo que el síntoma no es un capricho, sino una forma de sostener la identidad en un mundo interno que tiembla.
La tarea de la terapia no es destruir esa defensa, sino ofrecer una nueva experiencia: la posibilidad de sentirse uno mismo sin tener que pelearse con el propio cuerpo.

