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Formación en psicoterapia: La tutoría para psicoterapeutas

“Formarse en psicoterapia”, en un principio, puede parecer algo inasible. Esa frase en sí misma encierra su trampa; porque no es algo tan sencillo; porque cómo se forma uno en psicoterapia.

No faltan cursos, precisamente. Es virtualmente una selva, lo que hay ahí fuera. Dada la enorme variedad doctrinal, el abanico de posibilidades es abrumador. Y si a eso le añadimos la atomización en técnicas específicas, la confusión sólo puede ir en aumento. Si uno no tiene claro dónde está y a dónde quiere ir, está perdido, pese a toda su buena voluntad. Ese marasmo de oferta, además, es ideal para alimentar la persecución de la autocrítica, porque siempre falta un tema, otro curso, otro libro.

Si vale la imagen, la sensación es la de estar ante un buffet libre, cargado de opciones. Siempre prometedor, siempre decepcionante. Porque no tiene nada que ver con ir a comer a un buen restaurante.

Todos hemos tenido esa sensación al terminar un curso, otro más, que deja pobre poso.

¿Dónde está el problema? Parece que la clave parte de inicio. La formación en psicoterapia necesita ser, ineludiblemente, teórica. Más todavía en la orientación psicoanalítica, especialmente rica y profunda. Nunca parece tocarse fondo. Eso por un lado, pero por otro queda la cuestión, precisamente la más importante, de cómo aplicar lo aprendido. Cómo se hace esto. Y aquí viene el nudo gordiano del asunto, aún más en el mundo psicodinámico, donde la aplicación práctica queda siempre sumida en la bruma del misterio, en la magia individual. Porque, a diferencia de entrar como observador a un quirófano o a una consulta (donde esto siempre se entiende como necesario), este no es el caso en el mundo de la psicoterapia, menos todavía en el mundo psicoanalítico, por multitud de factores de sobra conocidos.

¿Cómo salvar este escollo? Aquí entra la grabación de las sesiones. Es la única manera de ser la proverbial mosca en la pared. Me sorprenden todavía las reticencias a este respecto, la verdad, cuando andamos todos rodeados de cámaras, cuando al final esta es parte del paisaje del despacho, que no incordia lo más mínimo en el proceso terapéutico. Ya no es tan raro poder ver sesiones en algún curso.
¿Y es suficiente? Es mucho, desde luego, pero debemos pedir más. Aquí es donde entra la figura de un supervisor/tutor.

La supervisión y la relación interpersonal en la tutoría

En el mundo de las terapias psicoanalíticas siempre se ha dado por sentado la importancia, lo necesario, de supervisar (por supuesto que sin material grabado, claro). Haber realizado un trabajo personal y la supervisión, van por el mismo camino, el de entender y manejar los movimientos tanto dentro del terapeuta, como en la transferencia. Hay literatura, aunque no mucha, sobre cómo supervisar.

¿Y cuál es el papel del supervisor/tutor? Desde luego que tiene una dimensión docente, pero en su dimensión interpersonal hay un aspecto trascendental que lo diferencia de una relación académica al uso.

Un tutor no es un profesor. No debe serlo.

Tras años de experiencia personal, llegué a la conclusión de que el lugar del tutor debe ser el de “sostenedor” de un espacio para aprender. Facilitar y garantizar la existencia de ese espacio, que a la postre será un espacio para pensar. Un lugar donde pueda desarrollarse la curiosidad, la duda, la crítica, que permitan poder crecer; crecer ambos, por supuesto. A través de la observación y del intercambio mutuo, el alumno va construyendo, perfeccionando su yo terapeuta.

La importancia del afecto en la tutoría para psicoterapeutas

En general en la vida, el proceso de aprendizaje va haciéndose al final en base a pequeños modelajes, que vienen determinados por las relaciones importantes de nuestra vida. En esto, la presencia del afecto (bien lo sabemos en TFP) juega un papel central, de ligazón, en esas experiencias que serán transformadoras.
Se aprende haciendo, esto es así. Pero, aunque la experiencia sea el vehículo principal en el aprendizaje, este será enormemente más poderoso, más indeleble su marca, cuando se acompañe o movilice un afecto.
Sin llegar a la “experiencia emocional correctiva” de Alexander, pero no tan lejos, para aprender a hacer psicoterapia, TFP en concreto, necesitamos estudiarla, verla, hacerla, y pensarla-con.

Escuchar, sostener, crear un espacio para pensar.

Los que estamos vinculados a la docencia no estamos aquí para transmitir certezas. Lo siento por los nuevos candidatos que lean esto. Algunas pocas, si acaso. El amor por este trabajo.
Lo que sí hacemos es ayudar a comprender mejor al paciente, a nosotros mismos, y a manejarnos en nuestras incertidumbres. Facilitamos el espacio necesario para el desarrollo profesional y experiencial, para que la individualidad pueda enriquecerse mediante una experiencia íntima y a la vez compartida.
Al final, el mayor privilegio del tutor es compartir el viaje con el que se forma. Reconocerse en las angustias y miedos primeros; compartir la experiencia de crecimiento, aprender, re-cuestionarnos.

En síntesis

La tutorización es un trabajo arduo. A veces supone muchísimo esfuerzo, la verdad. Pero es muy gratificante. Es enorme la responsabilidad cuando uno se para a pensar en la importancia de esta experiencia, en el devenir del terapeuta.

Pero normalmente debajo de las grandes motivaciones también hay otras más mundanas. Esto queda muy bien explicado en unas declaraciones del escritor y psiquiatra español Luis Martín-Santos a una periodista estadounidense, que en una entrevista sobre 1962, le preguntaba por sus motivaciones profundas a la hora de escribir una novela tan inmensa como “Tiempo de silencio”: -“¿Qué fines busca usted al escribir?”, le preguntó.
Y él contestó: – “Modificar la realidad española. También divertirme yo”. Pues eso.